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Retrato de Rufino Tamayo (Arnaldo Coen, 2000)

Rufino Tamayo es un artista que nació el 25 de agosto de 1899, pero a él le gustaba celebrar su cumpleaños el día 26, que se toma como la fecha de la efeméride. 

Fue un “mexicano internacional”, en cuya obra mezcló tradición y vanguardia.

Rufino Tamayo, uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel mundial, fue quien a lo largo del siglo XX pudo conjugar su herencia mexicana y el arte prehispánico con las vanguardias internacionales, en piezas marcadas por el color, la perspectiva, la armonía y la textura.

Nacido el 26 de agosto de 1899 en Oaxaca, Tamayo pintó más de mil 300 óleos, entre los que se encuentran los 20 retratos de su esposa Olga, con quien estuvo casado durante 57 años; realizó 465 obras gráficas, como litografías y mixografías, 350 dibujos, 20 murales, así como un vitral.

Sus murales se encuentran lo tanto en el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología y el Conservatorio Nacional de Música en México, que en el Dallas Museum of Cine Arts, la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO, en París. Su obra es expuesta en recintos tan emblemáticos como los museos de Arte Moderno de México y Nueva York, el Guggenheim y la Philips Collection, en Washington.

Esto se debe a que, según Juan Carlos Pereda, subdirector de Curaduría del Museo Tamayo Arte Contemporáneo, se trata de “un pintor lleno de talento, imaginación, con un espíritu de invención que había convertido lo suyo, lo propio, lo natural, lo que le perteneció, siempre en una virtud para mostrársela a los demás”.

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El origen mexicano de Tamayo

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Revolución (Rufino Tamayo, 1938)

El mismo Tamayo explicó, en una entrevista realizada en 1956, que “Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional”.

Hijo de Ignacio Arellanes, de oficio zapatero, y Florentina Tamayo, costurera, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo comenzó en 1915 sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de la Ciudad de México, los cuales abandonó, pero su empeño y disciplina lo llevaron a consagrarse en la pintura.

“En sus entrañas, él tenía el gusto por el dibujo y por crear pintura”, cuenta su sobrina María Elena Bermúdez. “Él decía y daba consejo a los jóvenes: si te gusta pintar, pinta todos los días y si puedes ocho horas diarias. Fue el joven que se va haciendo a través de un arduo trabajo, sacrificio y esfuerzos incontables, un día y otro y otro, desde luego él se adelantó a su época, porque cuando uno piensa en Tamayo, como pintor, siempre piensa uno en un Tamayo actual y además moderno”.

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Animales (Rufino Tamayo, 1941)

Un estilo icónico

Según Luis Ignacio Sáinz, en el artículo Los rasgos plásticos de Rufino Tamayo, el color y la textura son rasgos de una pintura siempre moderna y siempre arcaica. Tamayo usa la densidad del color y la calidez de la textura, en diferentes medios y técnicas: óleo, temple, grabado, dibujo, mural, mixografía, acuarela, litografía.

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Perro de luna (Rufino Tamayo, 1972)

Tamayo, agrega el especialista, “recupera el sentido primigenio de la creación plástica: la geografía acotada del cuadro. Cala en los orígenes de la pintura a fin de descubrir, una vez más, la autonomía de la figura, la independencia de la composición, la libertad del color, por encima de los significados políticos inmediatos”.

Un estilo inclasificable, por ello, su estilo, destacó Juan Carlos Pereda, es indefinible, inclasificable, “es un artista que pertenece a su tiempo, muy complejo y al mismo tiempo muy simple, si usted quiere describir un cuadro de Tamayo va a detallar un personaje y se acabó, pero más allá de eso hay un oficio como pintor extraordinario”.

El curador del Museo Tamayo y especialista en el pintor oaxaqueño, comentó que la calidad de su pintura es de primerísimo nivel, pero además sus obras tienen un mensaje cifrado, un tiempo y un espacio indefinido y atemporal, que son valores que convierten su obra en contemporánea.

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Dualidad (Rufino Tamayo, 1964)

En un primer nivel, continuó Pereda, “usted puede decir que es un monito que está en un ámbito azul o rojo, pero cuando usted empieza a desenrollar, a decodificar el mensaje cifrado que hay en cada cuadro, es un universo de una riqueza, lo mismo conceptual que técnica y esto es una cuestión que no todos los artistas tienen”.

En este sentido, Xavier Villaurrutia señalaba que Tamayo “no compone por acumulación, sino por selección y porque no le arredran los espacios desnudos que, en su caso, nunca son espacios vacíos, puesto que, en virtud de una pincelada siempre significativa, el color sigue viviendo en ellos con una vibración que es un goce para la vista y que instala al mismo tiempo a las figuras del cuadro dentro de una atmósfera y en una compleja y poética duración”.

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Sandías (Rufino Tamayo, 1980)

Un mundo de colores

Sobre su uso del color, María Elena Bermúdez, autora del libro Los Tamayo, un cuadro de familia, recordó que el pintor estuvo muy cerca del colorido de la fruta. Cuando llegó a la Ciudad de México, a la edad de 11 o 12 años, tras la muerte de su madre, sus tíos tenían bodegas de fruta. “Entonces a Tamayo le llamaba la atención ese colorido tan especial que tiene nuestra fruta y él fue plasmando en su obra todos esos colores”.

Después, agregó la sobrina del pintor oaxaqueño, cuando estuvo trabajando en el Museo Nacional de Antropología “se empapó del arte prehispánico y se enamoró de él, en su obra están clavadas nuestras raíces indígenas”.

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Galaxia (Rufino Tamayo, 1977)

Reconocimiento internacional

A Rufino Tamayo el éxito le llegó temprano, pues en 1926 realizó su primera exposición, que tuvo tal reconocimiento que lo llevó a exhibir sus obras en el Art Center de Nueva York. Fue un pintor siempre reconocido, que se incorporó de inmediato a las grandes galerías, a las colecciones importantes y a los acervos de los museos.

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Perro ladrándole a la luna (Rufino Tamayo, 1988)

Y es que, de acuerdo a su sobrina, “Tamayo es Tamayo en el mundo entero”, su inconfundible estilo y calidad pictórica hicieron que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) le comprara el cuadro Los perros, y después algunos más, cuando otros artistas donan sus obras para estar presentes en este recinto referencial del arte contemporáneo.

Juan Carlos Pereda explicó que «Los perros” – “es un cuadro comprado, pagado, al artista o a su galería, pero elegido, buscado por la gente del MoMA, mientras que otros artistas habían donado para que hubiese obra de ellos en el MoMA. A Tamayo le compran no uno, sino dos cuadros y más adelante adquirirán otros”.

La vocación artística llevó a Tamayo a ejercer también la academia como profesor en San Carlos y en la Dalton School of Art de Nueva York, lo que le permitió además de desarrollar una pintura de calidad extraordinaria, experimentar y crecer.

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Dos perros (Rufino Tamayo, 1941)

El legado de un genio

“Tamayo no pinta como nadie en México, aunque aborda una naturaleza muerta o un retrato o un paisaje, lo hace de una manera totalmente distinta del resto de los pintores que hay en México, que son gloriosos”, acotó el especialista.

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Sin embargo, Tamayo tomó las vanguardias y las aplicó al contexto mexicano.  Agregó Pereda que este pintor “opera como la traducción de este mundo mexicano, tan complejo, tan bello, tan único, en otros lugares, lleva esa herencia, ese contexto, para convertirlo en algo que ya deja de ser meramente mexicano, para que sin dejar de serlo se convierta en otra cosa, que pueda apreciar alguien educado dentro de la vanguardia internacional”.

Si estás interesado en la obra de Rufino Tamayo, puedes visitar su museo en la Ciudad de México, y ver otras de sus obras alrededor de la ciudad.

Vendido por : Obras de Arte Mexico
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